Todos sabemos que el pensamiento religioso no es respetuoso. Se basa en principios dogmáticos que no buscan la reflexión sino la adhesión inquebrantable. Se presenta como guardián de la verdad, una verdad única y revelada a la que no se llega por la razón sino por la fe. Proclama mandamientos que establecen una frontera entre el bien y el mal. Condena a quienes los incumplen (o los ignoran) a tinieblas, castigos y distintas formas de infierno. La simple disidencia hace merecedor de la reprobación de la comunidad y lleva aparejados calificativos como “pecador”, “infiel”, “hereje”. Sólo el santo es modelo de vida, guía exclusiva para la salvación.
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